Te quiero si he bebido by Empar Moliner

Te quiero si he bebido by Empar Moliner

autor:Empar Moliner [Moliner, Empar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2004-04-30T16:00:00+00:00


El público aplaude con furor. Luego, la traductora al francés, que es la siguiente en subir al escenario, agradece la subvención que ha recibido para poder hacer su trabajo y explica las dificultades que ha tenido para convertir la peculiar musicalidad de Susaeta a la lengua de Moliere, sin que se perdiera la fuerza del original. (Y sobre todo, trabajando con tantas prisas). Se pone las gafas y lee:

Je laisse l’argent ici,

à coté de la coupe de cognac.

La traductora al italiano, el traductor al gallego, la traductora al inglés, el traductor al vasco y las dos traductoras al japonés también recitan sus versiones de la letra. Alguien apaga las luces y en la pantalla de cine se proyectan las imágenes del espot. Se ve el edificio de la Pedrera, la Sagrada Familia y una vista aérea de la ciudad. El Chaco aparece descalzo en las escaleras del Parque Güell. El guitarrista toca dos acordes y él se arranca: «Dejo el dinero aquí, al lado de la copa…». Acaba con un quejido: «… de coñac».

Hay más aplausos y uno o dos «bravos». Alguien enciende las luces y los camareros empiezan a servir las bebidas.

—¿Me puedes hacer un favor? —le pide Maribel a Susaeta en un aparte—. ¿Me puedes regalar el texto original y firmármelo? —Y los ojos se le humedecen.

Él le acaricia el brazo:

—Lo tengo en casa. Si quieres, vamos a tomar un último whisky y te lo doy.

Ella contesta que de acuerdo mientras se seca las lágrimas. Hace quince días que le vino la regla y tendrán que usar preservativo a la fuerza, pero supone que él tendrá alguno por casa. Simulan que se escabullen de la fiesta —de hecho, nadie se da cuenta— y cogen un taxi. Durante el trayecto se achuchan, pero no demasiado, porque ella se hace la vergonzosa. Cuando llegan al piso de él, quiere ir al lavabo. Susaeta aprovecha para escribir la letra en una hoja de color crema. Cuando sale, se la da.

—¿Y la fecha?

Susaeta añade la fecha.

—Me la pondré en un marco. —Y para no olvidársela, la deposita, con todo el cuidado del mundo, en la mesa del recibidor.

Se besan en el sofá. Maribel suelta el pelo de mosquetero de Susaeta —lo lleva recogido en una cola de caballo— y le quedan las manos tan pegajosas de gomina que tiene que limpiárselas en el almohadón disimuladamente. Como no tienen preservativos, ella le dedica una sesión de sexo oral, que Susaeta considera peor que las de Anna-María y mejor que las de Agnes, y él, un sorbo equivalente, que Maribel no puede comparar con ninguno, porque es el primero de su vida.

Abrazados, hablan de la versión francesa de la canción que, a lo mejor porque la traductora es muy mediocre y ha trabajado muy confiada, no tiene la fuerza del original. Hubiese tenido que consultarle las dudas al autor. También se quejan del resentimiento de algunos colegas de profesión de Susaeta. No pasa en ningún país del mundo, sostienen, que personas que se dedican a escribir se odien de esta manera, en lugar de estar unidos.



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